echos tan cotidianos como el respirar, el caminar, el beber o el comer parecen tan evidentes y naturales que pocas son las veces que reparamos en el verdadero significado, -fuera de los eminentemente físicos-, de los mismos y en las consecuencias que, desde el punto de vista de la conformación de las sociedades y de las personas que las integran han tenido a lo largo de la Historia. Así, cada vez que un plato, un alimento o un ingrediente, acude a nuestro paladar, bien podríamos afirmar que están llegando a nuestra boca varios siglos de nuestra historia de una manera inmediata y rápida.
De la misma forma, cada vez que realizamos una innovación técnica, dejamos a nuestros herederos una indeleble pista que aportará numerosos datos sobre nuestra sociedad en cualquiera de los campos.
La gastronomía y sus técnicas culinarias son piezas “arqueológicas” de un pasado remoto que por definición se convertirán en evidencias “arqueológicas” para aquellos que vengan después de nosotros. También se convierten en piezas personales e intransferibles ya que la elección de ingredientes y técnicas se convierten en únicas e irrepetibles. Son una tarjeta de presentación de lo que somos y de cómo nos relacionamos con lo que nos rodea.